El Sermón del Cura Loco

Publicamos en esta entrada el famoso «Sermón del cura Loco», en el cual el P. Leonardo Castellani S.J. nos muestra la situación actual de la persecución que sufren los cristianos verdaderos; persecución que se lleva a cabo en la Iglesia (de Cristo), llevada a cabo por la iglesia (la que no es de Cristo).
El profeta argentino, con lucidez y clarividencia más que notables, no solo nos «adelantó» (hace ya casi más de 70 años) lo que iba a suceder en nuestros tiempos en el orden religioso y político especialmente, sino que, también -para quien sepa leer entre líneas- nos dejó algunas de las «claves» que son mas que provechosas para sobrellevar la penosa situación actual.

Esperamos, sinceramente, que les sea de provecho…

Texto extraído del Capítulo X de la Obra «Su Majestad Dulcinea» del P. Leonardo Castellani S.J.

— Heme aquí otra vez pensando en voz alta para decidir el rumbo de una vida que nunca lo ha tenido. ¡Oh, mi Dios, hasta cuándo! Heme aquí otra vez teniendo que impulsar y dirigir a otros, yo que ni siquiera comprendo el gobierno de mí mismo, ¡Me acuerdo cuando era niño que estaba subido a un árbol de cerezas comiendo cerezas hasta no poder más y cantando! ¡Oh Dios, cuántos caminos extraños y solitarios desde entonces, por qué me has cargado con tantos mundos y el peso de tantos siglos, como si yo no fuese una caña rota y frágil, como si yo fuese un espíritu inmortal de los que tú gobiernas directamente! Yo no soy un ángel. Dios mío… ¡levanta tú esta carga!

Y bien, supongamos que me he equivocado, que el paso que di en 1949 no fue inspirado por Tí, fue una cosa temeraria, un acto de política y no de religión —y de mala política, como diría Monseñor Fleurette— Mi respuesta sería que me fue simplemente forzoso, que no me era posible en conciencia hacer otra cosa. Tenía sobre mí el deber hacia m i familia y el deber hacia mi patria, que son previos y no son contrarios al deber religioso. Mi familia había sido destrozada en el Neuquén, y había que salvar a dos miembros de ella, heridos en cuerpo y alma y descarriados; pero para salvarlos tuve que perderme primero con ellos. Yo estoy hecho de tal manera que no puedo amar a Dios sino a través de las criaturas, es decir, de los prójimos, ¡y todos vosotros estáis hechos semejantemente, y todos los cristianos — menos Monseñor Panchampla! — . Me atrevo a decir que la raíz de los m ales de la Iglesia Argentina ha sido el olvido de este principio: se ha desencarnado, se especializó y eclesiástico demasiado, olvidó en la práctica que la gracia supone la natura, y se ha vuelto una sociedad demasiado difícil, siempre la Iglesia será una sociedad artificial, o mejor dicho «cultural», pero ahora se volvió una sociedad Artificiosa.

— ¡Los curas cobardes! ¡Los curas avarientos! ¡Los curas licenciosos! —gritaron de abajo varias voces.

— ¡Los conozco mejor que ustedes! Son menos, y menos culpables de lo que ustedes piensan; pero los pocos o muchos que haya, con el apoyo del Gobierno empeñado en dividirnos, son la cabeza de puente de la Herejía entre nosotros. Tomad por ejemplo a los jesuitas…

El imponente preste yanqui hizo un movimiento de protesta.

— Dejemos por el momento a los jesuitas — dijo el orador, después de un breve silencio recapacitativo —. ¡Que Dios los ampare, lo mismo que a nosotros, que buena falta les hace, quiero decir NOS hace! Reverendo cofrade: ya le voy a decir esta parrafada a usted en particular…

Los ojos de los oyentes se volvieron hacia el gringo rubio, espigado y alto, parecido al finado Eisenhower.

— Estaba hablando de mi fatal conexión con los revolucionarios peludistas o peralistas o cristeros — clarineó el Cura—. No puedo menos de creer que fue predeterminada por la Providencia. Empecé a asistir espiritualmente a los católicos más necesitados, conforme a la parábola del Buen Pastor, muchos de los cuales por lo demás, me eran íntimamente cercanos; y esa asistencia espiritual me llevó muy lejos, porque se dobló de una ayuda temporal, lo cual en el caso era inevitable: injustamente oprimidos por la herejía, eran los elementos más sanos del país, y en parte los más distinguidos ¡en todos los órdenes! Aun sin entrar en la discusión de la licitud de la escarapela Damonte, yo debía tener compasión (y no me tendría de no por discípulo de Cristo) de los que sufrían por razones de conciencia al no querer llevar la escarapela sospechosa. No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Por lo demás, al no necesitar para nada de mi larga preparación intelectual y mis títulos académicos, antes bien mirarlos con umbrosidad y suspicacia, la Curia los dejó libres para usarlos como Dios mejor me diera a entender. Porque ¡usarlos debía! Nadie toma una linterna y la pone adentro del «canastro» de la ropa sucia. El caballo de carrera que no corre se pone neurasténico…

Supongamos que todos nos hemos equivocado y nos hemos lanzado a una empresa sin éxito posible. Pero nosotros no hemos defendido en el fondo una cosa puramente temporal, sino una

causa eterna, no desencarnada sino encarnada en un cuerpo carnal y en una patria terrenal. Por eso decimos que Dulcinea es símbolo de la patria y de la hermosura; y la hermosura es figura de Dios.

La novela de Cervantes es la más grande novela del mundo, porque ha expresado el núcleo de la filosofía del Cristianismo: la empresa quijotesca por la búsqueda de la hermosura ideal, Dulcinea, que no es una idea, sino una persona humana, llámese por el momento Aldonza Lorenzo… y no sé si digo disparates, Reverendo Cofrade — interrumpió el Cura, volviéndose al yanqui, que estaba nerviosísimo — , Dulcinea, aunque fuera de mi «subjetividad» no sea más que una campesina zafia, pero que dentro de mi fe, dentro de la presión heroica de la mente del caballero, que es la fe, no es Aldonza Lorenzo ni es un sueño vano, es real, es más real que todas las realidades materiales, y la prueba está en los grandes hechos que inspira y las hazañas que produce… Concretamente, nosotros los cristeros hemos defendido a una mujer que andaba a caballo por la Patagonia haciendo locuras en defensa, ella, de la patria, por lo cual merecía ser Reina, y lo era; y yo, yo en defensa de ella, yo que me he metido en todo este berenjenal porque tenía que defender la obligación más cierta y primitiva! Supongamos que este movimiento sea ahogado en sangre, como lo fue el movimiento vendeano cuando la Revolución Francesa ¡y tantos otros nacidos con móviles santos, y después fracasados, como la sexta y la séptima cruzada! Bellum fácere cum sanctis et víncere eos. Pero Dios nunca ha pedido al hombre que venza, sino que no sea vencido. Si con recta conciencia caemos, con recta intención y evitando en nuestra lucha toda maldad y mentira, hemos dado testimonio de que creemos que lo divino existe en lo humano, hemos atestiguado indirectamente la Encarnación del Verbo, y hemos traspasado a Dios la obligación de la defensa y la venganza. Bien sé yo que los estados son cosas creadas — y creadas por el hombre, por cierto — y que un día serán instrumento del Hombre de Pecado, Hijo de la Perdición. Pero mientras no me conste que ya todo está viciado y no hay ya resquicio a la esperanza, tengo derecho — tengo derecho porque tengo deber— de propugnar todos los valores humanos y culturales creados por la Iglesia del Occidente, y que llevan para mí el nombre de República Argentina…

Un vociferío enorme se levantó de abajo: “¡La patria! ¡La patria!” tan unido y fuerte que llegó hasta el cielo.

— Porque yo no defiendo ahora sino solamente mi FE — gritó el Cura cuando se apagó el vocerío—, contra la herejía más sutil que existe, la última herejía, dentro de cuyo caldo nacerá el Anticristo. Muchos de vosotros defendéis el ser histórico de esta nación, que habéis aprendido a amar, como Uriarte por ejemplo; otros defendéis o vengáis directamente vuestros bienes arrapiñados, que consideráis con razón requisito necesario de vuestra vida moral y racional; como por ejemplo el tagarote de Quiroga Quintana. Pero yo defiendo directamente la fe católica. Porque este democratismo que se nos impone a la vez con la mentira y la violencia, es una cosa religiosa, es el Cristianismo de Cristo transformado en el Cristianismo de Panchampla, adulterado, tergiversado y vaciado de todo su contenido; y rellenado por Juliano Felsenburgh de un contenido satánico…

— ¡Obra de los judíos! — gritó uno; y un gongo impuso silencio.

— A la manera que la Iglesia dice: Extra Ecclesiam nulla salus, ahora esta Contra-Iglesia o mejor dicho Pseudo-Iglesia proclama: Fuera de la «democracia» no hay salvación. A los que no admitimos esta sublimación ilegítima de un sistema político en dogma religioso, nos llaman peralistas o nazis o Cristóbales. El ser «nazi» corresponde a una nueva categoría de crimen, peor que el robo, el asesinato, el adulterio y cualquier delito común; no de balde a la policía que lo persigue llaman Sección Especial. En realidad, corresponde al delito que en otro tiempo se llamó «herejía»; por eso dije que este «liberalismo» triunfante ahora es una cosa religiosa: es una religión falsa, peor que el mahometismo. ¡Se nos quiere hacer creer que la guerra de Norteamérica contra Asia es una Cruzada, una «guerra santa»! Se ha inventado y puesto en acción contra nosotros una Inquisición mucho peor que la antigua, «diametralmente» peor — como sería por ejemplo la inversión sexual con respecto a la simple lujuria—. Se está repitiendo lo que pasó en Inglaterra en los siglos XVII y XVIII con la palabra «papista «, y con los que ella designaba, que eran los cristianos mejores, que fueron extirpados limpios del país en forma total; con la diferencia que ahora el proceso es mundial, y se esconde detrás de una hipocresía mucho más adelantada. ¡Nos matan en nombre de la libertad y en nombre de Cristo!

Toda esta persecución se hace en nombre del Cristianismo, del cual se han conservado los nombres vaciados y los ritos falsificados, llegándose hasta el fingir una adhesión zalamera y enteramente inefectiva al Sumo Pontífice de Roma. Se mantiene el aparato burocrático de las Curias y aún se fomenta su hipertrofia, pero todas las asisas sobre que el Cristianismo Romano se asienta… como la independencia de la familia y la propiedad privada, la justicia social, el principio de legitimidad de los gobiernos, el control sobre los gobernantes, la decencia pública, la convivencia caritativa… la LEY en fin… todo eso ha sido aniquilado, de sobra lo sabéis, lo habéis sufrido en carne propia… haciendo al mismo tiempo mucho ruido con todas esas palabras. Se favorece al clero menos digno, en una diabólica selección al revés, y de hecho se ha creado un cisma en él, con el sencillísimo arbitrio de dar las sillas episcopales, no a los más dignos, que son los más doctos… no a los más inteligentes y espirituales, sino a los más políticos y puerilmente «piadosos».

Sed non in política salvabit nos Dóminus Jesus. Pero ¿a qué seguir? Todos lo conocéis por haberlo sufrido, mejor que yo. La adoración de Dios esta siendo sustituida imperceptiblemente por la adoración del Hombre: y eso sin suprimir a Cristo, sino reduciéndolo subdolamente al hombre. El Misterio de Iniquidad, que consiste en la inversión monstruosa del movimiento adoratorio de hacia el Creador en hacia la Creatura se ha verificado del modo más completo posible, sin suprimir uno solo de los dogmas cristianos, como la Virgen Madre, el Santísimo Sacramento, el Crucificado, solamente con convertirlos en «mitos», es decir, en símbolos de lo divino que ES lo humano, como dijo el gran escritor español Unamurri… y yo mismo hace un momento, en otro sentido. De vosotros no sé; de mí sé decir que no hay descanso para mí, fuera de la muerte, mientras esta abominación subsista…

El Cura se detuvo un momento y miró a su gente; y la vio sólo mediocremente interesada. El lungo yanqui hablaba acaloradamente con un grupo de oficiales, la gente de abajo se movía, de repente se produjo un revuelo en ellos y apareció el Mulato muy afanoso buscando a alguien. El Cura suspiró profundamente, y volvió a disertar, esta vez en tono más grave y atristado:

— El vástago de membrillo de cualquier manera que se lo plante, sale; pero la estaca de higuera hay que enterrarla oblicua, las tres partes dentro la tierra y el cogollo afuera. En todo esto que he hecho yo, no he comprometido a nadie sino a mí mismo; y aunque estoy casi seguro que camino según la mente del Padre Santo, sin embargo no he comprometido a Roma. Para esto ha servido también la hostilidad de la Curia, para darme libertad. Es terrible ser mal visto de los mismos superiores; pero lo que se pierde en favor, se gana en independencia. A hora hemos llegado al final de nuestra aventura. ¿Qué haremos?

En la gente hubo un movimiento de expectativa, y algunos repitieron la interrogación.

— ¿Qué haremos? Vosotros esperáis de mí respuestas de profeta y yo no soy profeta, respuestas de político y yo no soy político, soy solamente teólogo; y aun ni tanto. Un profeta podría responder en forma absoluta, un político en forma conjetural, yo puedo responder en forma condicionada.

El porvenir próximo del mundo depende del problema teológico de si Cristo ha de volver a consumar su Reino antes del fin del mundo o juntamente con el fin del mundo… — dijo meditativamente.

— Si la Parusía, el Reino de Dios, el Juicio Final y el Fin del Mundo — quiero decir, del ciclo adámico-—, son cosas simultáneas, como enseña la Facultad de Teología de esta República, es muy probable que antes de esa liquidación total alboree en la historia un gran triunfo de la Iglesia y un período de oro para la religión cristiana —como cree el capitán Arrieta—, el último período, por cierto, en el cual se acaben de cumplir las profecías, principalmente la de la Conversión del Pueblo Judío y del Único Rebaño con el Único Pastor. Ese período no podrá ser largo; quizá el tiempo de una vida humana; y después volverán con la fuerza incontrastable de la catástrofe las fuerzas demoníacas tremendas que vemos en acción en estos momentos.

— ¡Eso creo yo! — gritó el segundo de los oradores.

—-Pero si Cristo ha de venir antes, a vencer al Anticristo, y a reinar por un período en la tierra; es decir, si la Parusía y el Juicio Final no coinciden, sin o que son dos sucesos separados, como creyó la tradición apostólica y los Santos Padres más antiguos… entonces esa esperanza de un próximo triunfo temporal de la Iglesia, tan predicado por Monseñor Fleurette, no vale; ni tampoco todas las profecías particulares que se apoyan en ella. Entonces la actual persecución irá aumentando hasta su máximum — y la voz del orador tembló con un íntimo pavor— entonces su afianzará la gran apostasía, sonarán las últimas trompetas derramando las últimas fíalas y «la tribulación magna, cual no la ha habido desde el principio del mundo acá», la persecución externa e interna a la vez hasta el grado de lo insoportable, que deberá ser abreviada para que no perezca toda carne, ¡oh hermanos míos!, está sobre nosotros, y nadie puede escapar a ella. ¡Nadie: ¡ni buenos, ni malos!

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