Testimonios católicos del General San Martín (Parte 2)

Qué-se-conmemora-el-17-de-Agosto-en-Argentina2A poco de llegar el 9 de marzo de 1812 a Buenos Aires, le fue encargada la organización de una unidad de caballería modelo: el Regimiento de Granaderos a Caballo. Entonces así como él rezaba el Rosario, lo impuso como práctica diaria, según atestigua el Coronel Manuel Alejandro Pueyrredón: “Después de la lista de diana se rezaban las oraciones de la mañana, y el Rosario todas las noches en las cuadras, por compañías, dirigidas por el sargento de semana. El domingo o día festivo, el regimiento formado con sus oficiales asistía al Santo Sacrificio de la Misa, que decía en el Socorro el capellán del Regimiento. Todas estas prácticas religiosas se han observado siempre en el Regimiento, aun mismo en campaña”[1]. Concurría a este templo (situado en las actuales calles Suipacha y Juncal), por estar próximo al cuartel de los Granaderos, en la actual Plaza San Martín de Buenos Aires.

Cuando se casó con una joven criolla, de una de las más distinguidas familias porteñas, María de los Remedios Escalada, hubo dos ceremonias a la usanza de la época, en la forma dispuesta por el Concilio de Trento; el desposorio privado o “por palabras (sic) de presente que hacen verdadero y legítimo matrimonio” el sábado 12 de septiembre de 1812, ante el Canónigo Doctor Don José Luis Chorroarín. Luego “… en el día diez y nueve del mismo mes recibieron las bendiciones solemnes en la misa de velaciones en que comulgaron…”[2]. La ceremonia prescripta en el ritual eclesiástico consistía en cubrir la cabeza de la esposa y los hombros del contrayente con una banda, cinta o velo como señal o símbolo de la unión conyugal, para que, como dice el citado Concilio, “… se celebren solemnemente los matrimonios, que cuidarán los obispos se hagan con la modestia y honestidad que corresponde, pues siendo santo el matrimonio, debe tratarse santamente”[3]. No hay ninguna duda, pues, que éste fue el casamiento de dos buenos católicos y que, por tanto, San Martín podría haber hecho constar, como lo hizo su padre más de cuarenta años antes, en trance similar, que lo hacía “para mejor servir a Dios”[4].

El 16 de mayo de 1813 escribía de su puño y letra al Padre Guardián del Convento de San Carlos una carta rebosante de gratitud por la ayuda que le brindaron los religiosos franciscanos en los acontecimientos que culminaron con el triunfo de San Lorenzo (3 de febrero de 1813): “Si duda alguna dirá Ud. que el coronel de los granaderos se ha olvidado de usted y de esa apreciabilísima Comunidad; no, señor; los beneficios del Convento de Sn Carlos están demasiado grabados en mi corazón para que el tiempo ni la distancia puedan borrarlos… Diga Ud. un millón de cosas a esos virtuosos Religiosos; asegúreles Ud. que los amo con todo el corazón”.[5]

Cuando enfermo en mayo de 1814 abandona el ejército del Norte, busca el clima propicio de Córdoba alojándose en Saldán en casa del doctor Pérez Bulnes. En esta casa había un oratorio y en él una imagen conmovedora de Nuestra Señora del Carmen ante la que oraba asiduamente el General San Martín y que finalmente fue el regalo que le hizo el generoso dueño de casa con motivo de su partida[6]. No hay duda que la Virgen oyó sus ruegos y que su intervención fue misericordiosa para su salud y su gloria.

Mientras San Martín se desempeñaba como general en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú recibe una carta del General Manuel Belgrano fechada el 16 de abril de 1814 en Santiago del Estero. Ambos ya han tenido oportunidad de conocerse a fondo en circunstancia difíciles, que pusieron a prueba la fortaleza y humildad de Belgrano y la prudencia y justicia de San Martín, por cuanto el Gobierno de Buenos Aires había relevado al primero del mando del Ejército del Norte e intentaba hacerle juicio por las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. San Martín lo defiende y procura dar largas al asunto para disuadir al Gobierno. De allí surge una entrañable e inalterable amistad. En aquella carta le aconseja como un verdadero hermano, recomendándole no permitir el duelo (lances de honor), diciéndole, entre otras cosas: (…) “La guerra, allí, no sólo la ha de hace V. con las armas, sino con la opinión, afianzándose ésta en las virtudes morales, cristianas y religiosas (…). He dicho a V. lo bastante; quisiera hablar más; pero temo quitar a V. su precioso tiempo, y mis males tampoco me dexan: añadiré únicamente que conserve la bandera que le dexé; que la enarbole quando todo el Exto se forme; que no dexe de implorar a Nra. Sa. De Mercedes, nombrándola siempre nra. Grla, y no olvide los escapularios a la tropa… Acuérdese V. que es un Grl. Cristiano, Apostólico Romano;…”[7].

A su vez, San Martín expuso su opinión sobre Belgrano de una manera harto elocuente. En carta del 12 de marzo de 1816 le dice a Tomás Godoy Cruz: “Es el caso de nombrar quién debe reemplazar a Rondeau: yo me decido por Belgrano. Éste es el más metódico de los que conozco en América: lleno de integridad y de talento natural. No tendrá los conocimientos de un Moreau o de un Bonaparte en punto a milicia, pero créame que es lo mejor que tenemos en América del Sud”, y la historia demuestra que exactamente así era Belgrano[8].

Sobre el nacimiento de su hija Mercedes Tomasa, nos brinda Arturo Capdevila este relato: “El 31 de agosto de 1816 pudo escribir estos renglones del alma, en carta a don Tomás Guido, el conmilitón de su mayor afecto: ‘Sepa usted que desde ayer soy padre de una infanta mendocina’… Entre tanto, ese mismo 31 de agosto de la carta fue el día del bautizo; pero sin bulla ni fiesta, en el más puro estilo sanmartiniano. Gentíos, vítores, música ¿apara qué? ¿Él, brindándose por espectáculo? Jamás. Bajo el propio techo, para no salir siquiera en acompañamiento familiar, se habría de erigir el altarcillo, y a la propia casa se traería la pila de agua bendita. Yo he recogido en Mendoza una encantadora tradición de labios de una nonagenaria anciana –doña Sara Villanueva Delgado de Arroyo-: que la madrina –doña Josefa Álvarez Delgado, esposa de un antepasado de mi narradora, colindante del futuro libertador-, fue llamada tan improviso –cosas del General- que ella, entretenida en amasar a esa hora, llegó por los fondos como estaba, y así con el traje todo blanco de harina, tomó en sus brazos a la ahijada. Por cierto que esta participación del pan para el bautizo de la niña, encierra no sé qué dulce misterio frumental argentino… Por lo demás, se llamará Mercedes; con lo que parecía atenderse el pedido e instancia del general Belgrano de no olvidar a la Virgen de la Merced en las vísperas de la gran campaña”[9]

En 1827, el General Guillermo Miller, su ex subordinado en el Perú, le formula un cuestionario para las “Memorias” que está escribiendo. San Martín inicia la contestación a la pregunta número ocho, con estas palabras: “A la 8ª – El parlamento con los indios pehuenches se verificó en septiembre de 1816 en el fuerte de San Carlos distante 30 leguas al sur de Mendoza;…” Luego hace un relato vivido y colorido que constituye una excelente página literaria, incluyendo un suceso pequeño pero cargado de significación desde el escorzo de este trabajo. Durante el parlamento nació un indiecito en el mismo lugar, dando pie para que San Martín testimonie una vez más sus convicciones católicas, en doble modo, por el hecho en sí y porque deseo que no pasara al olvido, escribiendo para la posteridad, como sigue “…al fraile intérprete –que lo era el Padre Inalicán, fraile franciscano y de nación araucano- tuvo una oportunidad de arrancar del alma del recién nacido de las garras del diablo, pues con el pretexto de presentarlo al general lo bautizó en el cuarto día de éste, suplicándole fuese el padrino a lo que accedió”[10].

Como los servicios espirituales del Ejército estaban a cargo del párroco de la ciudad de Mendoza, San Martín, deseoso de una atención más dedicada, propuso al Vicario General Castrense uno exclusivo, en estos términos: “Se hace ya sensible la falta de un vicario castrense, que contraído por su instituto al servicio exclusivo del Ejército, se halle éste mejor atendido en sus ocurrencias espirituales y religiosas que lo está actualmente por el párroco de esa ciudad, cuya ocupación inherente a la vasta extensión de su feligresía, le distraen de un modo inevitable. Si a todo esto se agrega carecer de capellán por los cuerpos del Ejército, convendremos en la absoluta necesidad de esta medida. Conforme a ella propongo para tal vicario castrense, sin sueldo y aún con la calidad de interino, si no se estima conveniente conferirle la propiedad, al presbítero don Lorenzo Güiraldes. Este eclesiástico, que al buen desempeño de su ministerio reúne un patriotismo decidido, ejercerá aquel con la piedad y circunspección apetecibles”[11]. Su celo apostólico no se limitó, y tras conseguir capellanes para cada uno de los cuerpos, también procuró que los Soldados de la Patria tuvieran más sacerdotes para facilitar sus confesiones, obteniéndolos de los reverendos padres de las comunidades locales.

Fuente: Piccinali, Cnel. Hector J. Testimonios católicos del General San Martín. En: Revista Mikael, Año 6, Nº 16, Primer Cuatrimestre de 1978. Seminario de Paraná, Entre Ríos. Págs. 78-92.

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[1] Coronel Manuel A. Pueyrredón, Memorias, Ed. Kraft, 1947, p. 79.

[2] Instituto Nac. Sanmartiniano, Documentos para la historia del Libertador General San Martín, Tomo I, Documento 105, p. 406.

[3] Dicicionario Enciclopédico Hispanoamericano, Montaner y Simón, Barcelona, (1857- 1887), Ed. 1912.

[4] Ibid. nota nº 8. Tomo I, Documento 5, p. 15.

[5] Ibid. nota nº2, p. 27. El original de esta carta se conserva en el convento de San Lorenzo.

[6] R. P. Grenon S. J., San Marín y Córdoba, Ed. A. Santamarina, Córdoba, 1935, p. 69.

[7] Ibid. nota nº 8. Tomo II, Documento 163, p. 123.

[8] Ibid. nota nº 8. Tomo III, Documento 488, p. 258.

[9] Arturo Capdevila, El hombre de Guayaquil, Ed. Espasa Calpe, 1950, p. 83.

[10] Memorias de la Patria nueva, EUDEBA, 1966, p. 108.

[11] Ibid. nota nº 2, p. 46.