Meditaciones en torno al mate

El título es alusivo a la situación en la cual escribo estas líneas, mas no es el tema de ellas. Pero claro, el mate juega el papel importante de compañero de reflexiones, de amigo silencioso y expectante. En el día nacional del mate (esto lo escribí ayer) les dejo estas meditaciones en torno al gustoso ocio lectivo… acompañado de un buen mate.


Los grandes escritores convienen en afirmar que la lectura es una aventura. Esta consiste en una búsqueda, es salir, pero no para evadirse, sino para encontrarse. A veces esa aventura es indeseada (como la de Bilbo), pues implica el abandono del cómodo agujero, es decir, de lo rutinario, de aquello sobre lo cual tengo control, o creo tenerlo. Hay algo más, toda aventura trae consigo, como algo inseparable, peligro. Y el peligro es un riesgo que ha de correrse para hallar aquello por lo cual se inició la aventura. Y en ese hallar, hallarse.

Pero lo más importante de salir de viaje es el regreso. Y el regreso marca indeleblemente al que retorna… quien regresa ya no es el mismo, se ha transformado. Notemos que el verdadero viajero es el que regresa, es más, es como los marineros bretones del siglo XVI de los cuales nos habla Saint-Exupéry que “desde su partida comenzaban ya a regresar”.

Se hace patente la Nostalgia del terruño abandonado. Ese hilo invisible lo mantiene unido y fiel a sus raíces, leal a su legado, devoto a sus antepasados. Entonces, en el regreso hay una disposición a la transfiguración sobre ese suelo firme de la fidelitas que  se ordena a una mayor perfección, a un mayor grado de virtud. Y que es también apreciar con ojos nuevos lo antiguo y restaurar su valor primigenio. Ilustremos esto con un hermoso pasaje de El Hobitt: Bilbo, muerto Smaug, estando sentado sobre una montaña de oro, plata y joyas, llegó a pensar: “Daría muchas de estas preciosas copas por un trago de algo reconfortante en un cuenco de madera de Beorn”. Frente a una, literal, montaña de oro nuestro hobbit prefiere tomar una cerveza. Ha podido contemplar que hay una forma de vivir que es más perfecta. Es la vida sencilla. Esa vida que Thorin, en su lecho de muerte, supo loar: “Si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, éste sería un mundo más feliz”.    

Volvamos, queridos amigos, a las tertulias amicales donde la alegría, que es la expresión de haber encontrado un bien, nos llene de música el corazón. Atesoremos estos momentos para que en el recuerdo silencioso y en el encuentro musical, se revele en nuestro rostro la sonrisa que brota de un contento corazón.

Leamos para viajar, para vivir miles de vidas, para recorrer miles de lugares, leamos para transfigurarnos, para ser mejores, para avivar en nosotros el deseo de una Belleza inmarcesible, porque si es cierto lo que dice Lain Entralgo, que leer es vivir contemplativamente la Belleza, esta hará su trabajo, transformará nuestras almas, nos herirá con su aguijón, pero así, como dice Ratzinger, “es exactamente como impulsa al hombre a su destino supremo”: nos alumbrará y nos llevará a Dios.

José Gastón

Un comentario

  1. Me temo que antes habrá que luchar por el derecho a celebrar las reuniones amicales para tomar mate.
    Las elites también existen. Como el Sur…Y los pacíficos todavía no han recuperado el espíritu guerrero. Lo siento: estos despertadores son incómodos. Pero verdaderos.

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