¿Cómo hacer bien el bien?

San Alfonso María de Ligorio

Los que viven sólo en la complacencia de lo inmediato, cuando actúan lo hacen desde la intención de contentar a los jefes, de conquistarse honores, de allegar riquezas o satisfacer caprichos. Los amigos de Dios, por el contrario, sólo tienen ojos para agradarle a Él. No te baste con hacer cosas buenas, si además puedes hacerlas con la recta intención de agradar al Señor, como se dijo de Jesús: «Todo lo hizo bien». A veces tomas iniciativas muy buenas, pero se devalúan porque en ellas no te entregas gratuitamente, sino con la esperanza de cobrarte algún premio. El amor propio, por ejemplo, suele echar a perder la mejor parte del fruto de las buenas obras. Fatíganse en su ministerio los que se dedican al apostolado, y al cabo nada logran porque no miran sólo a Dios, sino más bien al éxito personal. «Guardaos, dice el Señor, de hacer el bien para que os vea la gente, porque entonces ya habéis recibido el premio» (Mt. 6,1). Los que se mueven sólo a impulsos de sus gustos obtienen un salario que al punto de desvanece convertido en humo, sin dejar al espíritu ningún contento ni provecho alguno. Porque además, suele ocurrir que, si después de intentarlo no consiguen el resultado apetecido, lo cual sucede casi siempre, se inquietan y deprimen.

Pero, quien obra solamente con el fin de complacer a Dios, sitúa en segundo plano el éxito personal, con lo cual no se turba aun cuando fracasa, pues siempre logra el primer fin que deseaba. Si quieres saber cuándo buscas ante todo hacer la voluntad de Dios, atiende a estas señales: La primera, si conservas la mente ecuánime lo mismo si triunfas que si fracasas. La segunda, si te alegras del éxito ajeno como si fuera propio. La tercera si no apeteces morbosamente ningún cargo honorífico. Y la cuarta, una vez realizada la acción, si no buscas la aprobación ajena ni te turbas al verte censurado, poniendo tu justificación y tu alegría en haberlo hecho puramente por Dios.


En: Práctica de amor a Jesucristo, Cap. VII.