Sexualidad Light

pareja-de-la-manoDefinición del amor humano

 

Se habla hoy mucho de amores y, más concretamente, de uniones sentimentales, pero muy poco del amor, por lo que deducimos la confusión que suscita. A cualquier relación superficial y pasajera la llamamos «amor». Una de las formas más representativas del amor es la que se practica entre hombre y mujer. El análisis de ese encuentro, sus recovecos, los pliegues por los que éste asoma, nos ofrecen una serie sucesiva de paisajes psicológicos muy interesantes, que ilustran lo que es y en lo que consiste realmente el amor, ya que hablamos de él sin demasiada propiedad.

Hay que volver a descubrir su verdadero sentido. En definitiva: restituir su profundidad y su misterio, lo que implica identificar y distinguir amor de sexo.

En muchas relaciones sexuales hay de todo, menos amor auténtico; en realidad, es pasión, pero desde luego no es amor.

El amor humano es un sentimiento de aprobación y afirmación del otro, por el que nuestra vida tiene un nuevo sentido de búsqueda y deseo de estar junto a la otra persona. Desde la atracción inicial al enamoramiento hay un largo camino por recorrer; unos se quedan a mitad de trayecto; otros, prosperan y alcanzan ese desear estar junto al otro.

 

¿Qué es amar a alguien? ¿Qué significa?

Amar a otra persona es desearle lo mejor, mirar por ella, tratarla de forma excepcional, darle lo mejor de nosotros. Lo que inicialmente atrae es la apariencia física, la belleza, que luego se torna psicológica y espiritual. En general, podemos afirmar que el amor basado y centrado en la belleza física suele tener mal pronóstico. Con él no se llega muy lejos, por eso, en el enamoramiento, el sentimiento esencial es «Te necesito», «Eres para mí fundamento de vida», «Eres mi proyecto». Maurice Blondel define el amor así: «U amour est par exce-llence ce qui fait être», «El amor es ante todo lo que hace ser».

Lo que el hombre necesita en la vida es amor, amar y ser amado. La felicidad no es posible sin el amor. Amar a otra persona es querer su libertad, que se acerque lo más posible a ella, es decir, al bien.

 

La relación sexual sin amor

Cualquier amor auténtico aspira al estado absoluto. Un amor de ese tipo llena el corazón del hombre de alegría y paz, y lo sacia interiormente, se siente pleno. El gran objetivo es el bien, que puede ser de tres tipos:

1. Bien útil. Está considerado desde un punto de vista práctico. Por ejemplo, es más útil ir de Madrid a Buenos Aires en avión que en barco, porque supone ahorro de tiempo y dinero.

2. Bien agradable. Aquel que nos brinda algún tipo de placer, que percibimos por medio de la satisfacción que nos produce.

3. Bien moral. Aquel que tiene la bondad en sí mismo, ya que apunta a la mejor perfección del ser humano, aunque sean necesarios esfuerzo y lucha para conseguirlo.

Pues bien, en la relación sexual sin amor auténtico el otro es un objeto de placer. No se busca el bien del otro, sino el goce con él. Bajo ningún concepto se puede denominar a esto amor verdadero, porque hemos utilizado e instrumentalizado para satisfacer nuestro placer a una persona «querida». En este tipo de relación, la persona que utiliza al otro es egoísta, ególatra y solo persigue su propia satisfacción; pero nunca hay un encuentro verdadero entre un yo y un tú, sino una unión sin vínculos.

Hay que construir una nueva pedagogía del amor, partiendo de uno mismo y no del placer sexual antes que el amor. Precisamente esta tergiversación de términos nos ha conducido a un consumo de sexo, que se aleja del sentido profundo del encuentro amoroso. El que únicamente persigue el sexo no necesita a otra persona, sólo desea sacar provecho de ella. El trato sexual indiscriminado aleja al varón de la mujer, porque se produce un contacto superficial, trivial, débil e insignificante. No son válidos los argumentos estadísticos de «Esto lo hace mucha gente», «La vida está hoy así», «Estos son los tiempos que corren», para que dos personas se entreguen íntimamente sin amor, porque todo se desvirtúa. De ahí que lo que se consigue sin esfuerzo y sin compromiso no se aprecie, pierda su valor y, a la larga, hasta sus atractivo.

La sexualidad sin amor auténtico conduce a un vacío gradual que desemboca en hastío, indiferencia y escepticismo, es decir, una actitud descomprometida en exceso.

 

Sexualidad vacía y sin rumbo

Hoy asistimos a una idolatría del sexo. Los medios de comunicación nos lo han servido en bandeja. Hay sexo por todas partes, sin afectividad ni amor, sino como una ruta serpenteante, divertida y traviesa, en la que se mezclan valores como la conquista, la búsqueda del placer y el disfrute sin restricciones. Así, se pretende engañar y convencer al hombre de que sexo y amor significan lo mismo, de que practicar el sexo es interesante, sin plantearse nada más. Todo desde un punto de vista material y deshumanizado.

Vivimos en una época confusa en este aspecto, ya que hemos perdido los puntos de referencia, porque los valores se han perdido. Cada uno tiene un código particular de valores en que se deja de llamar a las cosas por su nombre. Se llega así a una relación anónima, indiferente, pasajera, que se lleva acabo de forma animal y primaria ante la primera oportunidad que surge.

Sin embargo, el amor verdadero hace más humano al hombre, transforma su pasado e ilumina su porvenir; es una síntesis de ingredientes físicos, psicológicos y espirituales. Por el amor verdadero somos más dueños de sí, y nos ennoblecemos. Tiene los ingredientes necesarios: es exclusivo y brota de una afinidad que se desliza hacia la elección; se produce una excursión hacia la intimidad de la otra persona, con lo que esto implica: descubrirla y ser partícipe de sus deseos e ilusiones. Sin embargo, en las relaciones light esto no es posible, porque no hay una pretensión de conocer al otro; porque es transitorio, epidérmico e intrascendente.

Todo lo que conlleva el amor verdadero se traduce en un gozo interior que es promesa de futuro y necesidad de compartir la vida, arriesgándola. Se ha encontrado una persona que merece la pena, alguien ante la que uno se detiene y con la que se plantea la posibilidad de iniciar un camino.

 

Las tres caras del acto sexual

La relación sexual debe quedar definida partiendo del amor. Por otra parte, la sexualidad es un lenguaje por el que transmitimos la afectividad, ya que la persona, porque es sexuada, necesita un intercambio físico, y esto implica rebasar el mero contacto sexual, ir más allá de sí mismo, buscar la promoción del otro en todos los ámbitos de la vida. Es encontrar la pareja como proyecto.

Leibniz decía en su libro Nouveaux essais: «Amor quiere decir sentirse inclinado a alegrarse en la perfección y el bien del otro, en su felicidad.» No hay amor sin alegría, pero en la relación sexual light lo que existe es un bienestar sin alegría auténtica. Es un estallido de placer fugaz, que no ayuda a la maduración de la personalidad; un consumo de sexo en sus diferentes versiones. La pornografía, las revistas, los vídeos, los teléfonos eróticos, etc., se han convertido en un gran negocio, en el que se explotan las pasiones más ligadas a los instintos, en el que se potencia lo más primario del hombre, pero desligado de su fin amoroso. Por eso, la sexualidad light introduce al hombre en un carrusel de sensaciones que conduce a una neurosis obsesiva y, en consecuencia, a una deshumanización.

El acto sexual con amor de verdad consta de tres ingredientes esenciales: físico, psicológico, y espiritual. El otro es aceptado como persona. Son dos intimidades que se funden y buscan ayuda, y comparten la vida con todo lo que ésta conlleva.

El mundo instintivo produce una satisfacción inmediata, pero que la felicidad a través del amor se centra en la ética antigua, que residía en el logro de la propia vida a base de respeto, trato cuidadoso, benevolencia y perdón.

La penumbra subterránea de cada uno se ilumina a través del amor verdadero, que aflora paulatinamente.

Fuente: Rojas, Enrique. El hombre light. Ed. Planeta. Bs. As. 2002. pág. 59-68 (Resumen).