Como ovejas en medio de lobos

Mons. Tihamér Thot

«Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos» (Mt. 10, 16). Jesucristo dirigió estas palabras propiamente a sus apóstoles, para que conquistasen con bondad y mansedumbre sencilla el mundo malo e impaciente; pero en cierto sentido las palabras van enderezadas también a nosotros: el que quiera tener una vida según Cristo, pronto sentirá cómo le acomete la manada de lobos de sus propias pasiones y de aquellos hombres que son enemigos de Dios.

En el camino que conduce a Cristo te acometerán primero tus propias pasiones, los bajos instintos de la naturaleza caída, y saltarán como lobos al encontrarse con ovejas.

Seguramente habrás encontrado en tu interior las dos fuerzas contrarias, la lucha del bien y del mal, lucha que un niño expresó con esta pregunta graciosa y profunda como pocas: «Padre, ¿cómo es tan fácil el ser malo, y tan difícil el ser bueno?». Aquel niño sintió lo que sienten en un grado mucho más intenso los adolescentes: la lucha interior de la naturaleza humana.
Sabemos lo que es justo, nos gusta la belleza, lo ideal, lo noble; pero hay en nosotros un peso de plomo que nos inclina hacia abajo, hacia el pecado. «Caso curioso lo que me pasa. Aborrezco el pecado.. y estoy cayendo en él a cada instante». ¡Cuántas veces oímos semejantes quejas de labios de jóvenes con buena voluntad, que libran duro combate contra sus instintos!

¿Sabes lo que te pasa? La propensión a lo malo que debido al pecado original alienta dentro de nosotros, se despierta y enfurece como lobo hambriento. El Señor lo predijo: El que me siga con fidelidad tendrá una vida dura. Le señaló un magnífico ideal, le prometió un galardón sublime…; pero tiene que luchar duramente para lograrlos. No obstante, tú hijo mío, no te amilanes: ata fuertemente a ese lobo y ya no podrá morderte.

Mas para muchos jóvenes es un peligro mayor que los propios instintos la manada de lobos de los malos compañeros, de los malos amigos.

Jóvenes hay que saber poner orden con mano dura en los caprichos desenfrenados de sus propios instintos; pero que llegan a traicionar sus principios y negar sus ideales al sentir las mordeduras de otros lobos hambrientos, los escarnios de compañeros estúpidos y burlones y la zapa sorda de amigos que viven a la deriva.

Hijo mío, alerta: evita cuanto puedas a los «lobos»: aquellos que hablan groseramente, que de todo dudan, que menosprecian toda autoridad. Pero si no puedes evitarlos por completo -porque en la clase, en el internado, en el taller, en el juego y al volver a casa, por la calle nos vemos obligados no pocas veces a dar con ellos-, redobla tu cuidado; además de no aullar con los lobos, tampoco puedes mirar en silencio su obra destructora.

El vicio ya de por sí tiene muchísimos aliados: la calle, los cines, las malas revistas, los propios instintos desordenados, los compañeros corrompidos… Alístate tú entre los ministros del bien, y ten hombría para levantar la voz por la causa de Cristo aun en medio de lobos. Más todavía: sufre si es necesario… por Jesucristo.

¡Oh, Señor: concédeme que sea magnánimo contigo, y que te sea fiel aun en situaciones críticas; que luche con denuedo y no sucumba por las heridas, que trabaje mucho sin pensar en el descanso; que no tenga mayor galardón en la vida sino el de saber que aun en medio de las lobos, logré ser oveja y cumplir siempre tu santa voluntad…!


En: El joven y Cristo. Gladius, 1989, Bs. As., pp. 65-66.